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¿Por qué nos sentimos atraídos por los espacios rodeados de naturaleza?

Actualizado: 1 abr 2020

- ¿que es eso?

- un árbol

- nunca había visto un árbol antes

- ¡está muerto!

- ¿a quién se le ocurre llevar consigo un árbol muerto?


Blade Runner 2049



Stefano Boeri Bosco Verticale, Milan

Hace apenas 100 años el 20% de la población mundial vivía en las ciudades. Actualmente el porcentaje de personas que viven en áreas urbanas se acerca casi al 60% y, en algunos países como Japón, estas cifras se acentúan mucho más llegando a estimar que el 90% de la población ya es totalmente urbana. Los cambios en la relación campo-ciudad han sido, sin duda, uno de los aspectos que más definen la personalidad del siglo XX y de los inicios del siglo XXI. A este gran cambio los historiadores lo han llamado Urbanización. (1)


El cambio de vida del nomadismo al sedentarismo y el posterior proceso de crecimiento de las ciudades y de despoblamiento de las áreas rurales en todo el mundo ha producido una transformación muy profunda en nuestra manera de habitar el espacio y una de sus consecuencias mas palpables es el alejamiento y, en algunos casos, la ruptura de la relación del hombre con la naturaleza.

Esto no siempre fue así. A lo largo de toda la historia de nuestra evolución hemos mantenido una relación omnipresente, íntima y unitaria con la naturaleza, sin embargo, las dos ultimas grandes revoluciones culturales de nuestra especie han jugado un papel importante para que esta relación cambie drásticamente. La primera de ellas, la revolución agrícola, que data de hace apenas 10.000 años, nos amarró a un lugar y un espacio determinado y la otra, la revolución urbana, que ocurrió hace apenas 200 años atrás, concentró y densificó ese espacio. Si se estima que nuestra especie surgió hace aproximadamente 200.000 años en el oriente de África, se podría decir que el 95% del tiempo de evolución de nuestra especie se ha desarrollado en espacio vital totalmente distinto al que hemos construido los últimos milenios.

Antes de la revolución agrícola vivíamos en grupos pequeños de algunas decenas de individuos nómadas dedicados a la cacería y la recolección, nuestro espacio vital era casi ilimitado, cambiante e intimo. Allí, en ese entorno, nuestra relación con la naturaleza era mucho mas íntima.

Según Harari,(3) nuestros antepasados, los primeros homo sapiens “no andaban únicamente en busca de comida y materiales. También buscaban afanosamente conocimiento. Para sobrevivir, necesitaban un mapa mental detallado de su territorio. Para maximizar la eficiencia de su búsqueda diaria de comida, precisaban información sobre las pautas de crecimiento de cada planta y las costumbres de cada animal. Necesitaban saber qué alimentos eran nutritivos, cuáles los hacían enfermar y cómo usar otros como curas. Necesitaban saber el progreso de las estaciones y qué señales de aviso precedían una tronada o un período de sequía. Estudiaban cada río, cada nogal, cada osera y cada yacimiento de pedernal en sus inmediaciones. Cada individuo tenía que saber cómo hacer un cuchillo de piedra, cómo remendar una capa rota, cómo disponer una trampa para conejos y cómo actuar ante avalanchas, mordeduras de serpientes o leones hambrientos. La pericia en cada una de estas muchas habilidades requería años de aprendizaje y práctica”.


Pero si vamos mucho mas atrás en la historia de la evolución el lapso de la era pos-agrícola es mas diminuta todavía. Se estima que la última madre común de los homo sapiens con los simios superiores: gorilas, chimpancés y bonobos, vivió en el mágico valle del Rift, en el oriente de Africa hace aproximadamente 6 millones de años. Allí en medio de ciertas circunstancias geológicas, se separó geográficamente a un pequeño grupo de aquellos monos, los cuales, ante los cambios en la vegetación de su entorno, emprendieron un larguísimo camino en donde poco a poco dejarían su vida arborícola y se convertirían en seres recolectores y cazadores bípedos que vagaban por las sabanas lo que finalmente los traería como especie al siglo XXI. (2)


Desde esta extensa perspectiva histórica, la era del hombre como cazador-recolector conforma aproximadamente el 99.9983 % del total del tiempo de su evolución como especie. Es a esa historia de la evolución del hombre y mas concretamente a la historia de la evolución de su cerebro, ya no tomada desde los últimos milenios sino desde una escala de tiempo más grande que alcanza algunos millones de años atrás, donde algunos científicos y psicólogos se apegan para entender mejor el rol de la naturaleza en nuestro desarrollo y descubrir las innumerables huellas que ha dejado en nuestro cerebro y que todavía se presentan en nuestra vida cotidiana a manera de conductas inconscientes, afectos inexplicables o asociaciones innatas que de vez en vez condicionan nuestro comportamiento o prefiguran las respuestas a ciertos estímulos.


No solo existen muchas asociaciones mentales sino también, según el propio Harari, “muchas de nuestras características sociales y psicológicas actuales se modelaron durante esta larga era pre-agrícola. Incluso en la actualidad, afirman los expertos de este campo, nuestro cerebro y nuestra mente están adaptados a una vida de caza y recolección. Nuestros hábitos alimentarios, nuestros conflictos y nuestra sexualidad son resultado de la manera en que nuestra mente cazadora recolectora interactúa con nuestro ambiente postindustrial actual, con sus mega ciudades, aviones, teléfonos y ordenadores”.

Por el camino de la psicología, por la misma biología y por la neurociencia los científicos han podido demostrar que esa gran cantidad de tiempo en la que nuestro cerebro evolucionó en unidad y perfecta unión con la naturaleza llegó a crear en él una infinidad de asociaciones que nos conectan con ese nuestro espacio primigenio y componen un puente que todavía perdura entre ella y el ser humano y podría ser una de las razones por las que nos produzca tal fascinación.

Solo entendiendo nuestra intrínseca relación con la naturaleza y su papel en nuestra evolución es como podemos aceptar la innata atracción y el placer que sentimos cuando nos dejamos rodear de ella. Esto es especialmente palpable en varios fenómenos que nos causan una extraña fascinación: la sensación cuando observamos el fuego arder quizá se encuentre asociada con los sentimientos de calidez del hogar, de luz, del alimento caliente y la protección de la vida que el fuego les produjo a las miles de generaciones que le antecede a nuestra especie desde sus inicios hasta hoy. El estado de tranquilidad que produce sobre nosotros el sonido del agua o de las olas en la playa quizá se pueda explicar dado que nos evoca que los ríos y mares siempre han sido una de las principales fuentes de nuestro sustento y uno de los medios donde se han desarrollado los primeros asentamientos humanos.



De la atracción a la estética


Si reconocemos que efectivamente existe una atracción consiente e inconsciente hacia la naturaleza es gracias a que somos animales tremendamente visuales y gran parte de las percepciones del entorno nos llegas a través de nuestro ojos y por eso nuestro programa de recompensas cerebrales están muy ligadas con las percepciones de nuestro sistema visual.


Una de esas huellas cerebrales es la fuerte atracción que tenemos por los comestibles de color rojo y amarillo sobre otros como azul, verde o café lo cual se debe a que hace millones de años las frutas y bayas fueron “una importante fuente de comida para la humanidad. Para inducirnos a encontrarlas, probablemente desarrollamos recompensas cerebrales apropiadas conectadas con nuestros sistema visual. Las recompensas nos estimularían a buscar objetos coloridos que contrasten con los alrededores. Tales objetos se vuelven deseables y agradables de mirar” (4). Esta también es la razón por la cual actualmente toda la industria de la alimentación usa esos colores como parte esencial de su imagen corporativa con un éxito comprobado.


Otra curiosa asociación heredada de nuestro cerebro primitivo se refiere al gusto estético por las cosas ubicadas en una proporción de 3:5 de nuestro campo visual. Esta preferencia, según Grinde, se debe al rechazo de nuestro cerebro primitivo por las cosas extremadamente inestables como lo podían ser objetos ubicados muy al extremo de nuestro campo visual y sea posiblemente resultado del miedo a caer de las ramas de un árbol. La percepción de una “imagen desequilibrada está posiblemente relacionada con nuestro miedo a caer. La caída no es algo común para un animal que vive en el suelo, pero nuestro ancestros vivieron en algún momento en los arboles…..un objeto dominante de un lado de la imagen da la desagradable impresión de que este lado se está inclinando(5). También se ha descubierto un efecto no placentero por objetos perfectamente ubicados en la mitad del plano visual dado que nos parecen extremadamente aburridos, lo que parece ir en contravía de otro principio que rige nuestra percepción visual primitiva: nuestro cerebro tiende a interesarse en las imágenes con cierto grado de complejidad sobre las imágenes excesivamente simples o las excesivamente complejas porque provocan en nuestro cerebro una falta de interés en el primer caso o por una falta de comprensión en el segundo. No es casualidad que dicha proporción 3:5 que es igual a 1.666 se acerque mucho a la famosa sección aurea o 1.614 la cual ha sido usada en la composición en el arte y la arquitectura a través de todos lo tiempos.


Para el doctor Grinde “nuestro sistema visual, incluyendo el sisitemas de recompesas que lo acompaña, fue desarrollado para ver la naturaleza, no objetos artificiales”. Este fenómeno por el cual nuestro cerebro posee una empatía innata por la naturaleza de múltiples maneras, el psicólogo Erich Fromm lo llamo biofilia y posteriormente fue popularizado por Wilson en su texto Biophilia en 1984. (6)


“La hipótesis de que los humanos tienen una inclinación inherente a afiliarse a la Naturaleza se ha denominado biofilia. La biofilia implica afecto por las plantas y otros seres vivos”(6)


A partir de ese redescubrimiento del importante rol de la naturaleza en nuestra vida se han desarrollado numerosas investigaciones que comprueban, en efecto, los beneficios de mantener un contacto físico con lo natural. Se ha llegado a comprobar que “añadir elementos de la naturaleza a los espacios de la vida puede inducir….cambios positivos en la cognición y la emoción, que a su vez pueden mejorar el nivel de estrés, la salud y el bienestar”(7)


Algunos de los aspectos donde se han podido comprobar los beneficios de los espacios biofílicos son la reduccción del estrés, la mejora en la atención, incrementa la longevidad, mejora la atención y la creatividad, aumenta el positivismo y eleva el sentido de felicidad.




1. Para profundizar más en el proceso de urbanización se recomienda consultar el enlace:https://ourworldindata.org/urbanization


2. Los primeros pre-homínidos fueron unos seres que durante un lento proceso de millones de años fueron dejando las ramas de los arboles y empezaron a caminar erguidos por las sabanas de pastos, posteriormente le darían paso a los australopitecus, hace aproximadamente 6 millones de años que, con un cerebro de apenas 400 centímetros cúbicos, muy similar al que poseen los chimpancés actuales, eran ya creaturas enteramente bípedas dedicadas a la recolección de frutos y bayas. De esta era son los famosamente conocidos Lucy y Ardi. A los australopitecus le siguieron posteriormente las primeras especies humanas, el homo erectus, el homo neanderthalensis, el homo soloensis, el homo floresiensis, el homo denisova, el homo ergaster, el homo rudolfensis y los otros innumerables tipos de humanos que todavía aguardan por ser descubiertos en los suelos Africa, Asia, Europa y Oceanía y cuyos restos mas antiguos datan de hace cerca de 2,5 millones de años. Ellos lograron aumentar su volumen cerebral de 500 a casi 800 centímetros cúbicos, practicaron la cacería y dominaron el fuego. La flecha de la evolución culmina, al menos por ahora, con el cerebro de casi 1400 centimetros cúbicos del homo sapiens que inicio su desarrollo hace alrededor de 200.000 años, dominó la agricultura, construyó ciudades y ha trasformado el planeta entero.


3. Harari, Y. De animales a dioses.

4. Mas concretamente por la corriente de la Adaptación Evolutiva al Entorno o Environment of Evolutionary Adaptedness que sostiene al entorno como el principal elemento para la modelación de la evolución del hombre.


5. Grinde, B. The biology of visual aesthetics. J. Soc. Evol. Systems. 1996; [Google Scholar]


6. Wilson, EO.  Biophilia. Harvard University Press; Cambridge, MA, USA: 1984.  [Google Scholar]


7. Grinde, B.; Patil, G.G.Biophilia: Does Visual Contact with Nature Impact on Health and Well-Being? Int. J. Environ. Res. Public Health 2009, 6, 2332-2343




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